
"El Faldeo": Un barrio diferente...
Volvimos a ingresar al pueblo por la misma calle que la primera vez. Nuestras miradas, volvieron a dirigirse a los mismos lugares. El amigo verde de cabeza y ojos grandes colgado del cartel de bienvenida. La nave “estacionada” en la plaza principal. La clásica calle techada.
Pero esta vez nos dirigíamos a un lugar poco visitado de Capilla del Monte. “Maestro, ¿Para ir al faldeo?”. Nuestra pregunta sorprendió a un vecino que caminaba por la vereda. “Ehhh, mirá, hacé tres cuadras y dobla a la izquierda. Después volvé a preguntar porque es un lío”. Hicimos caso a las instrucciones hasta pasar el puente que cruza el río Calabalumba, donde al encontrarnos con un auto de frente le pedimos indicaciones a su conductor. “Doblá a la derecha y seguí hasta pasar el cuartel de policía. Todo eso que está después es el faldeo”. Podemos percibir un cierto grado de desconfianza en el tono del señor. Condicionados por las descripciones del barrio y de su gente, nos acercamos al lugar tratando de no llamar la atención. Un cartel de madera ubicado en una esquina nos confirma que hemos llegado. El mismo indica: “Barrio faldas del Uritorco, juntos por más”.
Cuando decimos que es digno de observar, lo decimos en serio. Tiempo después nos volvimos a encontrar recorriendo las calles del pueblo y terminamos otra vez con nuestro auto frente al cartel de bienvenida del faldeo. Durante el viaje, recordamos nuestra primera visita y nos reprochamos no haber bajado del auto y no haber hablado con nadie.
El día estaba perfecto. El intenso frío de la mañana había pasado y el sol de mediodía brillando fue nuestra excusa. Bajamos, y comenzamos a caminar bajo la admirable presencia del Cerro Uritorco. No habíamos hecho unas cuatro cuadras cuando nos encontramos con un vecino, Renato. Era un tipo alto y grandote. No podíamos ver su cara que se escondía bajo la capucha de su buzo. Sólo su barba gris asomaba entre su ropa. Sin dudarlo, nos presentamos y nos dispusimos a hacerle algunas preguntas. Muy amablemente, paró y nos escuchó. Le preguntamos hace cuanto vivía en el barrio y porque lo eligió. Nos respondió que llegó al país desde Brasil, para vivir junto a su esposa argentina. Después de probar establecerse en varios lugares, llegó al Faldeo, donde se encuentra hace ya 14 años. Fue justo lo que estaban buscando, un lugar tranquilo, para intentar vivir de la naturaleza. Nos dijo que estaba apurado pero con gusto hablaría más tarde con nosotros. Seguimos caminando mientras pensábamos en las palabras de Renato.
Sin dudas había elegido el lugar correcto. Todo lo que vimos coincidía con el motivo por el cual se quedó. Un barrio donde sus habitantes viven tranquilos y en armonía con la naturaleza. Desde las casas, la gente y el pequeño centro vecinal en el que terminamos. El faldeo es un barrio único.

Avanzamos lentamente en nuestro vehículo por unas angostas calles de tierra. La vegetación comienza a aparecer con mayor predominancia. Cuando creíamos que ya no habría más rastros de urbanización, comenzamos a divisar pequeñas casas. Todas se encuentran casi escondidas, como intentando formar parte de la naturaleza del lugar. En la mayoría de ellas observamos detalles que denotan la mano inexperta de su constructor. Seguimos recorriendo las calles del barrio. Son muy pocos los automóviles que circulan, la mayoría son antiguos y están deteriorados, o abandonados. Durante nuestro corto recorrido, nos cruzamos con algunos vecinos. Todos caminan lento, transmiten tranquilidad y despreocupación. Como para validar nuestra observación, un cartel aparece cerca de la salida: “Ande despacio, viva el ahora”. Obedeciendo, nos retiramos como llegamos. Lentamente nos fuimos y nos convencimos de una cosa: el faldeo no es un barrio cualquiera de Capilla del Monte. Es el hogar de un estilo de vida muy particular. Ni bueno ni malo, ni mejor ni peor, solo distinto y digno de observar.


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